China está disfrazada de rojo: sus calles, sus principales portales de Internet, sus canales de televisión, su gente y hasta las canciones revolucionarias que se cantan en los parques.
Experta en organizar fiestas masivas, China no podría dejar pasar los noventa años del Partido Comunista Chino (PCC) sin impregnar su tierra del color base de la fundación de la República Popular para recordar a sus habitantes que fue gracias a esa fuerza política, militar y social, que el país se trazó el camino de crecimiento que lo llevó hoy a ser uno de los grandes del mundo.
Así lo muestran las decenas de emisiones televisivas y las películas lanzadas –como “La Fundación de la República”- que recuerdan los primeros pasos del partido, las decisiones tomadas y sus grandes líderes.
La maquinaria propagandística del Partido lleva funcionando más de un mes. En cada emisora, canal de TV o Internet, se ha mencionado la importancia de su existencia, hasta el punto que esta semana, días antes de la verdadera celebración, las palabras nacionalismo, obligación, respeto, cautela y agradecimiento se unieron en una sola acción: elevar la bandera roja con la hoz y el martillo, y entrar en un ambiente festivo.
China parece querer transladarse a la imagen idealizada de la revolución, en donde todos luchaban por el pueblo. Se han organizado conciertos, con actores disfrazados de campesinos con trajes de cuello alto y estrellas rojas, elevando banderitas rojas. Se han entrevistado hombres mayores, de casi 75 años, que todavía no han logrado hacer una transición a la nueva china y que aún hablan del milagro del proceso revolucionario.
El Partido Comunista más grande del mundo, con más de 80 millones de afiliados, se erige como el más importante líder nacional, más que los personajes que han liderado la historia china. Sin embargo la celebración tiene, además de una festividad, el efecto reafirmante y necesario para el PCC.
Si bien es cierto que la gran mayoría reconoce que la labor del partido ha sido determinante en el estado actual del país, su camino al desarrollo ha revelado enormes problemas que tienen a la población molesta, como la inflación y los crecientes casos de corrupción en las autoridades locales.
Esto se une a conflictos étnicos como los que se vivieron meses atrás en Mongolia Interior y a la censura y detención arbitraria a activistas y defensores de los derechos humanos desde los intentos de revolución jazmín en China, en pasado febrero. Y todo esto se da, justo un año antes en que se espera tener nuevos líderes en China, con el cambio de gobierno y la puesta en marcha de la nueva etapa de desarrollo del país.
El PCC, por todos los medios, busca mostrar que está haciendo todo por combatir sus males. Y eso, por supuesto, incluye acercarse al pueblo que hace 90 años le permitió que surgiera para perfilar la historia de la nación más poblada del mundo sin oposición. El pueblo le creyó y hasta el momento, parece seguir creyendo.
¡A levantarse!
“¡Levántense! ¡Qilai! ¡Levántense!” canta el coro de la “Marcha de los voluntarios”, canto revolucionario chino compuesto en 1935, y que en 1949 fue declarado himno nacional de la RPC. En ese momento, se incitaba a sublevarse y revelarse a las fuentes que detentaban un poder ilegítimo y excluyente.
Pero los discursos fundacionales o revolucionarios ya no aplican. A pesar de que los casos de corrupción abundan; a pesar de que la justicia es un brazo del Ejecutivo y el Legislativo y a pesar de que no hay formas específicas de exigir rendición de cuentas y se continúen saltando las reglas cuando hay relación (guanxi) o dinero de por medio. Hace unas semanas unos internautas lanzaron una plataforma de Internet para denunciar casos de corrupción. Duró en línea unos pocos días antes de ser cerrado por falta de control adecuado.
Hoy ya no se quieren personas que se levanten, ni que cuestionen el sistema. Los recuerdos revolucionarios, entonces, continúan en el pasado, como se recrea en los conciertos en los parques o como se retrata en televisión. Y por eso la vestimenta, las estrellas y las canciones que ya no se cantan más.
Hace poco encontré un baul de madera afuera de mi casa en Pekín. Al abrirlo encontré unas fotos originales de la muerte de Mao Zedong, de Zhou Enlai y de unas marchas en Tiananmen en los 60, cargadas de banderas rojas de China y del PCC. A pesar de su valor histórico, la persona había decidido deshacerse de ellas.
Hoy, el Partido y sus líderes (incluso los antiguos) son figuras lejanas al pueblo. El peso del Partido está más en la influencia que se tiene al ser miembro que en ser un ícono nacional. La celebración, organizada en parques, salas de conciertos, museos y escuelas, quedará como una campaña de rememoración a los buenos tiempos revolucionarios –que ya no son necesarios- y la reafirmación del papel del Partido en China, único capitán capacitado para comandar ese gran barco.
Economía y Libertad
A las afueras de los parques donde se llevan a cabo las celebraciones en Beijing, trabajadores inmigrantes chinos intentan vender banderas del PCC a cinco yuanes. Los profesionales de cuello blanco –muchos nacidos en la era Deng, lejos de las ideas comunistas de su República- las compran para gozar del ambiente revolucionario por un rato. La imagen refleja lo que hoy en día azota más a China: una creciente desigualdad social y económica, con una inflación sin igual en la historia que afecta principalmente a los más pobres.
Con limitaciones a la publicidad de lujo, controles de precios, aumento de préstamos, y subvenciones en el campo, el gobierno chino se ha embarcado en una campaña para hacer cumplir uno de los principales mandatos del plan quinquenal aprobado este año: hacer feliz a su población.
Sin embargo, el dificil equilibrio entre consumismo y comunismo hacen de esta labor casi una utopía. Más cuando el mandato que prima es el dejado por Deng Xiaoping, de hacer dinero, y no el de trabajar colectivamente como pregonaba Mao.
En su reciente viaje a Alemania, el Premier Wen Jiabao habló de aperturas políticas y democráticas. Después de unos meses de fuerte control y detenciones, las liberaciones de algunos de los activistas detenidos como Ai Weiwei y Hu Jia, dan señales de las intenciones conciliatorias del Partido.
Sin embargo, las libertades y derechos si bien serán determinantes, no forman el grueso de la “felicidad china”. Los resultados económicos condicionarán la futura legitimidad del Partido, otorgada por una población que satisfaga sus nuevas necesidades en la economía de mercado china.
Publicado en La Nación, Argentina